viernes, 26 de agosto de 2011

El Inmortal de Borges

Colaboración de: Héctor Orozco


La primera vez que visité Colima –hace ya algunos años-, me tope con un taxi delante  que me cerró el paso por la avenida principal. Sobre el cristal trasero se podía leer lo siguiente en calcomanía:
“¿Por qué persistes, incesante espejo?
¿Por qué duplicas, misterioso hermano,
el movimiento de mi mano?
¿Por qué en la sombra el súbito reflejo?
Jorge Luis Borges
Abril, mes colimense de la lectura”.
-¡Vaya ciudad  –pensé-, que te invita a la lectura recién llegas!...
Había escuchado de Borges, naturalmente, sin embargo no conocía su obra. Este verso callejero que me cerró el paso fue el detonante para hurgar incesantemente las librerías en busca de los volúmenes borgianos. Esto es lo que más le agradezco a la culta ciudad de Colima: el descubrimiento de Borges.
Julio Cortázar se refirió a Borges como  “nuestro maestro en esa generación”, (la generación del Boom Latinoamericano).  Podemos entonces aventurarnos a decir que Borges es el pilar fundamental, la piedra angular de toda la literatura latinoamericana. No sólo es su manejo del lenguaje lo que le catapulta a un primerísimo plano dentro de las letras universales, sino esos “juegos  con el tiempo y el infinito”, ese adentrarse en la cábala, la matemática, la filosofía y la religión para amalgamar un estilo de alto nivel intelectual y estético.
Recién terminé de leer “El Inmortal”, primer cuento de su famoso libro “El Aleph”.
El cuento está concebido según la estructura en abismo, es decir, con distintos niveles narrativos (un relato dentro de otro). Tres niveles lo componen:
§  En el primero, un narrador describe el proceso mediante el cual se encuentra un manuscrito.
§  El segundo nivel es la transcripción, contada en primera persona por el narrador-protagonista.
§  En el tercero, otro narrador que lee el manuscrito refuta una teoría que proclama su falsedad.
El primer narrador cuenta que la historia fue hallada en un manuscrito, dentro de un ejemplar de la traducción de la  Ilíada de Pope que Cartaphilus  le ofrece a una princesa en 1929.
La historia es contada en primera persona por el protagonista, Marco Flaminio Rufo, un romano que sale en busca de un río que da la inmortalidad a quien bebe de él, motivado por la historia que un jinete desconocido le remite antes de morir. Secundado por doscientos soldados y algunos mercenarios, emprende el viaje. Varios días después de perderlos en el desierto, encuentra un río de agua arenosa del que bebe sin saber que ése era el río que buscaba, y que los trogloditas que vivían cerca de él eran los inmortales.
Después de atravesar un casi interminable laberinto subterráneo, emerge a la Ciudad de los inmortales. A diferencia de éste, que su arquitectura respeta las simetrías, la ciudad era una caótica construcción carente de sentido. Cuando consigue salir, descubre que afuera lo esperaba uno de los trogloditas, al que llamó Argos (el perro de Ulises  en la Odisea).  Después, este mismo le confiesa que era Homero (el autor de esa obra).
Marco Flaminio Rufo descubre que la inmortalidad es una especie de condena. La muerte da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último; la inmortalidad se lo quita. En el siglo X, los inmortales se dispersan en busca del río que los libere de su condición; el 4 de octubre de 1921, en el norte de África lo encuentra y descubre que es posible curar su maldición con esas aguas.
La obra de Borges es inmensa, rica en aforismos y harto compleja, sin embargo nos brinda la gran oportunidad de leer a uno de los escritores más brillantes en la historia de la literatura universal.